A veces te parece que es muy difícil hacer el cambio que llevas posponiendo desde hace tiempo. Por ejemplo, pongamos que quieres cambiar de trabajo o tomarte un tiempo sabático.

Te bloquean los miedos y la incertidumbre… no podré, no sabré, hay crisis,… Tengo que dejar atrás mi zona conocida de confort, mis compañeros, mi oficina, etc….

En estos casos tal vez te puede parece que es demasiado caro el “precio” que tienes que pagar por seguir tu corazón. Vamos, la incomodidad del cambio.

Lo que dejas atrás (personas, hábitos, rutinas, lugares). El esfuerzo de adaptarte a lo nuevo. Aprender nuevas habilidades. Formarte en otras temáticas. Enfrentarte a nuevas situaciones. Dejar morir aspectos de ti que ya no te sirven en esa nueva fase  y convertirte en la persona capaz de lograr ese objetivo. Esculpes una nueva forma de ser, una nueva identidad.

Desde el principio tuve conciencia del precio que pagas al enfrentarte a un cambio. Por mucho que lo quieras. Por mucho te apetezca….  Aunque sea tu sueño.

Desde los 18 años he estado viviendo fuera de mi isla natal (Ibiza). Primero para ir a la universidad y después para cumplir mi primer gran sueño: trabajar en la India rural y ser parte de una ONG. Ahora, siguiendo el corazón.

Recuerdo lo dura que se hacía cada despedida… Siempre me decía, “no aguantaré una más”… (Pero siempre, claro, acababa volviendo a repetirse porque no acabo de sentar cabeza). En esos momentos sentía esa punzada de dolor por tener que separarme de los míos.

Marcharme suponía descolgarme de mi gente,  renunciar a ofertas de trabajo “seguro”, adaptarme a un nuevo lugar, etc. etc. Vamos, que cambiar tiene un precio emocional, personal y económico.

Pero muchas veces lo que no solemos valorar es el precio de no cambiar. Si lo valoráramos tal vez no nos lo pensaríamos tanto. Porque si cambiar cuesta, no asumir ese cambio pendiente muchas veces  también tiene un precio muy alto.

Recuerdo cuando estuve una temporada en un trabajo que aunque era del sector de mi interés, no era lo que quería. Me costaba ir a la oficina, cada día me encontraba con menos fuerzas y llegaba a casa agotada. Vivía con un conflicto interior continúo, entre lo que estaba haciendo y lo que quería hacer. Durante un tiempo aguanté porque yo tengo mucha fuerza de voluntad y sentido de la responsabilidad. Pero llegó el momento en el que tuve que tomar cartas en el asunto porque vi que me estaba debilitando de forma alarmante y que acabaría enfermando si seguía así.

Muy a menudo me encuentro con personas que están deseando cambiar de trabajo pero el cambio las aterra. Pero al mismo tiempo están pagando un alto precio. Aburridas de estar en ese puesto  y viendo como pierden su tiempo. Sintiendo que cada día su luz se apaga un poco más. Sabiendo que están involucionando, perdiendo  sus capacidades y no desarrollando su potencial… En  lugar de crecer que es lo que les pide su alma. Trabajando por un sueldo cuando saben que podría tener mejores opciones pero los miedos les han ganado la partida (¡temporalmente!). Es un precio muy alto.

Sí,  entiendo que hay momentos en la vida en los que tienes que hacer lo que toca. Trabajar en lo que puedes para pagar tus facturas o mantener a tu familia. Y lo haces. Pero  no te resignas y tienes un plan de salida.

 

El precio de actuar y el precio de no actuar… ¿cuál es más alto?

La próxima vez que tengas que decidir si llevas a cabo un cambio que tienes pendiente, además de mirar el precio del cambio, párate a reflexionar también por el precio del “no cambio”. Así podrás tomar mejores decisiones.

¿Te resuena algo de esto? ¿Cuál es tu experiencia?

 

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